escrito por Nicolás Igarzábal a las 2:17 a. m.

Paul McCartney es un chorro. Queda comprobado en estas dos noches en River: primero le afana unos coros a
Divididos (para "Hey Jude"), después un estribillo a
Offspring (ese de "Ob-La-Di, Ob-La-Da") y termina basando casi todo su repertorio en temas de
Nube 9. Bueno, no es culpa de él en verdad, sino del doble que lo reemplaza desde que se murió en el '66.
"Voy a tratar de hablar español hoy", anuncia entonces este clon, después de la apertura con "Magical Mystery Tour". Va intercalando bajo, guitarra, piano y ukulele. Lo que venga. Cada tanto se seca los ojos con un pañuelo, eso lo hace más humano. Se muestra como un viejito piola, parece de esas abuelas que empiezan a derrapar tras el brindis familiar de Año Nuevo. Lo escoltan Rusty Anderson y Brian Ray en guitarras, Abe Laboriel Jr en batería (28 veces mejor que Ringo) y Paul Wickens en teclados. Los Fab Five en acción. O Guido Süller y Tom Cruise en guitarras, Pablo Marchetti en batería (sin los tics) y Ricardo Ragendorfer en teclados.
"All my loving" y "Drive my Car" (muy festejada por Marquitos Di Palma) suben la temperatura en el estadio. Para contrarrestar, algunos fans se compran una Coca-cola aguada que sale 28 mil pesos. Está el sector VIP, el recontra VIP y el ultramega VIP. Está el pibe que quiere filmarlo todo con su celular, familias enteras que se patinaron la plata de sus vacaciones y la novia que acompaña al novio aunque sólo conozca los temas de
One. El valor de la entrada es inversamente proporcional al conocimiento musical del comprador. Los petisos se paran en las sillas y cogotean para ver las pantallas. Los guardias los increpan sin éxito:
- Señor, tiene que bajarse.
- No me voy a bajar.
- Bájese, señor.
- ¿La podés cortar?
(diálogo del canoso de la fila 60, asiento 74)
Pararse arriba de la silla es el equivalente burgués a colgarse del paravalancha. Nadie obedece, y menos cuando su ídolo está haciendo "Blackbird" (cómo trasteaba Paul!), "Eleanor Rigby" y "Something", dedicada a George. Para que no se ponga celoso, a John lo homenajea con "Here Today", lo que provoca un inédito: "Olé, olé, olé, olé, Leeennoooon, Leeennooonnn", bajando desde la tribuna. A Ringo no le toca ninguna porque está más o menos vivo. Por el lado de los
Wings, levanta con "Band On The Run" (del disco legendario
que acaba de reeditarse esta semana) y "Live and Let Die", la mejor música para persecuciones de película, con explosiones y fuegos artificiales en el escenario. Hasta Axl Rose las escuchó desde su casa.
"Escribí esta canción para Linda, pero esta noche es para todos los enamorados", recita Paul pispeando el machete en el piso, y pela "My Love". Un fanático, a 500 pesos de distancia, le grita: "¡Judas!". Le pifió de recital. El ex
Beatles se saca el traje y deja ver unos tiradores dignos de Elio Rossi. Y los pantalones arriba de la cintura, obvio, como todo señor de 68 años. Cada tanto vitorea levantando su famoso bajo Höfner con forma de violín, marca personal si las hay. "Ustedes son buena onda", suelta.
Después sale con una camiseta argentina (10) con su apellido en la espalda y grita: "¡Soy Diego!". Le perdonamos ese gesto de demagogia extreme sólo porque es Paul. Para los bises nos hace una Triple Nelson con "Day Tripper", "Lady Madonna" y "Get Back". Letal. Se va del escenario a los saltitos, como un conejo, y vuelve más contento que antes. Pasa de "Yesterday" (solito con su guitarra) a "Helter Skelter" (en banda) sin escalas, de la balada pop más reversionada de la historia a una de las primeras semillas del heavy metal. Y al final cierra con "The End", último track de
Abbey Road, para recordarnos que todo el amor que recibimos es igual al amor que damos. Pasado en limpio: All you need is love.